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Cádiz

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La ciudad de Cádiz, asentada sobre una península asomada al mar, fue un punto estratégico para el comercio con América y el transporte de mercancías por el Guadalquivir. Su historia, larga y pródiga en asentamientos arranca con un inicio del siglo XVII marcado por el asalto a la ciudad en 1596 por parte de las tropas anglo-holandesas liderados por Lord Effingham y que obligó a la reconstrucción de la ciudad como una verdadera fortaleza, construyéndose las principales fortificaciones a partir de 1609, como el fuerte de Santa Catalina, y el castillo de San Sebastián y Puntales. De nuevo en 1625, la ciudad sentiría de nuevo el peligro de otro asalto por mar a cargo de los ingleses, liderados por Lord Wimbledon, afortunadamente repudiado esta vez, e impulsando medidas para la seguridad de la ciudad hasta casi hacerla inexpugnable.

Siempre en pugna con Sevilla y con Sanlúcar de Barrameda por los beneficios de las riquezas de las Indias, Cádiz fue ganando a sus competidoras en el transcurso del siglo XVII.  Primero con la pérdida de los privilegios de Sanlúcar, centro del poder de los Medina Sidonia, tras la conjura del duque contra Felipe IV, que hizo perder las franquicias comerciales en 1645, al incorporase a la Corona, impulsando el traslado de los comerciantes a Cádiz, la cual vio incrementar notablemente su población y con ello sus riquezas. Con respecto a Sevilla, la batalla por el monopolio fue más reñida, ganando poco a poco Cádiz a los mercaderes extranjeros, para acabar finalmente con su hegemonía con el traslado de la Casa de Contratación a la ciudad gaditana, por los Borbones.

Con todo y esto, Cádiz contaba con 14.000 habitantes en 1625, un número que se iría incrementando con su importancia y que era conformado en su mayoría por marineros y comerciantes, gran parte de ellos extranjeros. Así pues, la ciudad se reconfiguraría tras los ataques marítimos, por las fortalezas que la rodeaban, ciñendo su perímetro a la propia península y por las casas de los grandes comerciantes, llamadas Cargadores a Indias que originarían una tipología propia de vivienda-almacén. Se dio paso a la reconstrucción de los grandes edificios representativos, como la catedral (en 1602) y a la cuarta parte de las casas que fue pasto de las llamas, así como la creación del verdadero bastión, todo a cargo de Cristóbal de Rojas, el ingeniero militar más reputado de su tiempo.

La ciudad propiamente dicha, tardará varios años en ser reconstruidas, manteniendo casi unas 300 casas sin uso, pues la población, tras el ataque de 1596 se reduciría drásticamente a 5300 habitantes. Poco a poco, con la reconstrucción, la ciudad iría creciendo hacia el Campo de la Jara, donde se encontraban los pozos acuíferos más importantes para el abastecimiento de la ciudad, creándose la calle Ancha, centrándose el crecimiento hacia el borde de la bahía al noroeste. La vida marítima se extendería por una franja estrecha desde el castillo-baluarte de San Felipe, donde se concentrarían las casas de comerciantes y las dependencias de actividades marítimas, como la Aduana Real, la Proveeduría de la Armada, casa del Veedor del Almirantazgo, hornos de bizcocho para alimento de la tripulación de los barcos, etc.

Los poderes locales seguirían residiendo en los alrededores de la Corredera y la Puerta de la Tierra, como el gobernador de la plaza, varios regidores municipales y al menos una docena de escribanos públicos.

Aquella población que podía permitirse comprar una vivienda, salieron del viejo Cádiz para instalarse cerca del Campo de la Jara, frente a la bahía; mientras los que solo podían pagar por residir, ocuparon el viejo barrio de Santa María, donde gran número de casas habían sido abandonadas por sus anteriores propietarios, quienes ganarían mucho dinero con el alquiler, dado el escaso terreno del que dispone la ciudad para construir y el número incesante de habitantes recién llegados. En este “ensanche” se conformaría la Plaza de San Antonio y que adoptaría los eventos lúdicos de la ciudad de su nobleza. También se construirían varios corrales de vecinos, para los niveles más populares de la población. El desarrollo urbanístico acabaría atrayendo a la ciudad a numerosas órdenes religiosas, amparadas por los ricos comerciantes, extendiéndose a lo largo de toda la ciudad.


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